lunes, 4 de junio de 2012

El ritmo de la libertad




Al terminar las fiestas y volvimos al trajín. Mis prima y yo nos  paseábamos por el pueblo, los caminos eran de piedra y estrechos, cabían justo los carros tirado por vacas. Siempre había con quien hablar, aunque fuese de pasadita, cogíamos moras  qué ricas!

Un día subimos hasta la mina, pero nos dio miedo entrar, estaba muy obscura, queríamos ser valientes pero decidimos mejor ser cobardes,  bajábamos hasta el río, caminábamos el río hacia arriba hasta el molino y la cascada, nos metíamos al río a  buscar piedras a ver cuál era más bonita, el agua era tan transparente y  helada! pero una vez adentro ya no lo notabas. Regresábamos ya os imagináis empapadas, y mamá decía “Vas a coger gripe, te vas a enfermar de la garganta”.

Una vez, iba por el camino corriendo y se me torció el pie, caí cuan larga era, pero me dolía mucho el tobillo y se me inflamo como una bola de pan, me pusieron una plasta de ortigas maceradas con vino que me puso negro el pie, entonces vino una señora que pasaba las ortigas de un lado a otro del pie diciendo que sabe que cosas. Yo estaba muy aburrida porque no podía caminar, pero por la noche tenía muchas visitas, mi madre me ponía sabanas limpias toda acomodadita, pues como venían a verme tenía que estar impecable,  les daba filloas que era la costumbre. Pero mi pie no respondía así que me llevaron a un huesero o curandero y me lo acomodó,  Dios como me dolió! Ahora me rio, al recordar que el curandero venía de arreglar las viñas y con sus manos sucias, callosas y fuertes, un hombre de trabajo, curtido que me impresionó me arregló el tobillo. Cuando íbamos hacia el huesero, pasamos por el Ribeiro, se veían todos los viñedos, era un espectáculo y mi padre me contó cuando él iba a buscar el vino con las mulas, se conocía toda la zona.

Los domingos por la tarde caminábamos,  íbamos al río, a cualquier lado, todos eran muy sanos, bueno había alguno que otro que se quería pasar, era la monda lo ponían en su sitio se le aplicaba la ley de talión, así aprendía.

Si llovía (que era de lo más normal) nos metíamos en una casa vieja que había en la carretera (disque carretera) ahí prendíamos una fogata y charlábamos, siempre había alguien que traía chorizos y  se asaban pinchados en un palo y con pan, sabían a gloria, y contábamos cuentos de meigas y fantasmas que era lo que más me gustaba. En verdad, era increíble el entorno la juventud, la noche obscura y la  lluvia animaban a contar cuentos.

Yo seguía un ritmo de libertad, sentía que volaba, que la ropa al andar tenía un aire distinto,  se movía al son de mi cuerpo con ligereza, mis pensamientos eran tan claros como el agua, sin presión era tan feliz.

Aún hay muchos recuerdos vivos en mi mente, tantos! pero no es un libro sólo es recordar esa época de mi vida que era sencilla, después empieza otra, y quien la haya leído doy las gracias.

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