Al
terminar las fiestas y volvimos al trajín. Mis prima y yo nos paseábamos
por el pueblo, los caminos eran de piedra y estrechos, cabían justo los carros tirado
por vacas. Siempre había con quien hablar, aunque fuese de pasadita, cogíamos
moras qué ricas!
Un día
subimos hasta la mina, pero nos dio miedo entrar, estaba muy obscura, queríamos
ser valientes pero decidimos mejor ser cobardes, bajábamos hasta el río, caminábamos el río
hacia arriba hasta el molino y la cascada, nos metíamos al río a buscar
piedras a ver cuál era más bonita, el agua era tan transparente y helada! pero una vez adentro ya no lo notabas.
Regresábamos ya os imagináis empapadas, y mamá decía “Vas a coger gripe, te vas
a enfermar de la garganta”.
Una
vez, iba por el camino corriendo y se me torció el pie, caí cuan larga era, pero
me dolía mucho el tobillo y se me inflamo como una bola de pan, me pusieron una
plasta de ortigas maceradas con vino que me puso negro el pie, entonces vino
una señora que pasaba las ortigas de un lado a otro del pie diciendo que sabe
que cosas. Yo estaba muy aburrida porque no podía caminar, pero por la noche
tenía muchas visitas, mi madre me ponía sabanas limpias toda acomodadita, pues
como venían a verme tenía que estar impecable, les daba filloas que era la costumbre. Pero mi
pie no respondía así que me llevaron a un huesero o curandero y me lo acomodó,
Dios como me dolió! Ahora me rio, al recordar que el curandero venía de
arreglar las viñas y con sus manos sucias, callosas y fuertes, un hombre de
trabajo, curtido que me impresionó me arregló el tobillo. Cuando íbamos hacia
el huesero, pasamos por el Ribeiro, se veían todos los viñedos, era un
espectáculo y mi padre me contó cuando él iba a buscar el vino con las mulas, se
conocía toda la zona.
Los domingos por la tarde caminábamos, íbamos al río, a cualquier lado, todos eran
muy sanos, bueno había alguno que otro que se quería pasar, era la monda lo
ponían en su sitio se le aplicaba la ley de talión, así aprendía.
Si llovía (que era de lo más normal) nos
metíamos en una casa vieja que había en la carretera (disque carretera) ahí
prendíamos una fogata y charlábamos, siempre había alguien que traía chorizos
y se asaban pinchados en un palo y con pan, sabían a gloria, y contábamos
cuentos de meigas y fantasmas que era lo que más me gustaba. En verdad, era
increíble el entorno la juventud, la noche obscura y la lluvia animaban a contar cuentos.
Yo seguía un ritmo de libertad, sentía que
volaba, que la ropa al andar tenía un aire distinto, se movía al son de mi cuerpo con ligereza, mis
pensamientos eran tan claros como el agua, sin presión era tan feliz.
Aún hay muchos recuerdos vivos en mi
mente, tantos! pero no es un libro sólo es recordar esa época de mi vida que
era sencilla, después empieza otra, y quien la haya leído doy las gracias.
Que bonito! Me gustaría haber vivido esas historias.
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