viernes, 10 de enero de 2014

Un camino sin retorno





Hay personas que abandonan su fe sin haberla conocido. Han oído hablar de un Dios que prohíbe ciertas cosas y que promete la vida eterna a quienes le obedecen. Pero no saben mucho más. Piensan en Cristo como alguien ausente y lejano. Se han quedado en el “Niño de Belen”, el “Maestro Galileo” o el “Crucificado del Calvario”.

Es normal que esa idea que tienen de la fe no les resulte atractiva. No ven qué es lo que podrían ganar creyendo, ni qué les podría aportar el evangelio, si no es toda una lista de obligaciones.

No sospechan que la fe del verdadero creyente se alimenta de una experiencia que desde fuera no se puede conocer. 

Como todo el mundo, también los creyentes saben lo que es el sufrimiento y la desgracia. Su fe no los dispensa de los problemas y dificultades de cada día pero les aporta una luz, un estímulo y un horizonte nuevo para no caer en la desesperación. No les libra del sufrimiento, pero sí de la pena de sufrir en vano. 

El creyente puede acoger la vida día a día como un regalo de Dios. La vida no es puro azar; tampoco una lucha solitaria frente a las adversidades. En el fondo mismo de la vida hay Alguien que cuida de nosotros. A nadie olvida.

El creyente conoce también la alegría de saberse perdonado. En medio de sus errores y mediocridad puede vivir la experiencia de la inmensa comprensión de Dios. El creyente conoce su fragilidad pero su suerte es poder sentirse renovado interiormente para comenzar siempre de nuevo una vida más humana.

Creer en Jesucristo no es tener una opinión sobre él. Me han hablado de él, tal vez he leído algo sobre su vida, me atrae su personalidad, tengo una idea de su mensaje. No basta. Si quiero vivir una nueva experiencia de lo que es creer en Cristo, tengo que movilizar todo mi mundo interior. El camino es buscar, entrar en contacto con el mensaje de Jesús y conocer una manera nueva de vivir.

Quien se pone en camino tras él comienza a recuperar la alegría y la sensibilidad hacia los que sufren. Empieza a vivir con más verdad y generosidad, con más sentido y esperanza. Cuando uno se encuentra con Jesús tiene la sensación de que empieza por fin a vivir la vida desde su raíz.  Jesús nos enseña a vivir desde un Dios que quiere para nosotros lo mejor. Él nos  abre un horizonte nuevo a nuestra vida, renueva nuestro espíritu y nos desata de fuerzas para vivir.

Basado en:“El camino abierto por Jesus” J.A. Pagola

domingo, 22 de diciembre de 2013

El sentido de la Navidad








Había un hombre que creía que la Navidad era, como muchas otras cosas en la vida, una simple farsa.
En Nochebuena, su esposa y sus niños fueron al templo para asistir a la misa. El hombre rechazó acompañarlos  "no puedo entender que Dios se volvió hombre. Para mí, no tiene ningún sentido".
-¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la Tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!

Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa.

Al cabo de un rato, oyó un gran golpe; algo había golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia. Cuando empezó a amainar la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana. En un campo cercano descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo visto iban camino al sur para pasar allí el invierno, y se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella finca sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor dedujo que un par de aquellas aves habían chocado con su ventana.

Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.
-Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.
Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a revolotear dando vueltas. No parecía que se hubieran dado cuenta siquiera de la existencia del granero y de lo que podría significar en sus circunstancias. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más.

Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron. El hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el granero. 

-¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta de que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevada?

Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.
Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.

De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Cristo a la Tierra.

¡Feliz Navidad para todos los intrusos!

viernes, 20 de diciembre de 2013

¿Qué sería del mar sin las gotas?


Con cada ola que mi Océano barre la orilla en que te hallas,
voy a tu encuentro y te llamo sin cejar nunca en mi empeño,
porque infinita es mi paciencia e inexorable es mi determinación.
Escuhas el rumor de mi voz, admiras el poder
de mi corriente,
sientes que te acaricia la profundidad de mis vientos.
Pero ¿te percatas de la espuma?
En verdad, no soy mar, ni ola, ni rumor, ni viento.
Soy la espuma que brota de la cresta de ola
y que desaparece de inmediato ante tus ojos.
Búscame, pues, en la espuma.
Si eres de los valientes, zambúllete en mi Océano, 
aunque no esperes emerger de nuevo a la superficie, 
porque perderás completamente tu forma
y te disolverás en mí.
Serás entonces gota entre las gotas de mi ser.
Luego te resucitaré desde mis profundidades
y te haré que brotes cual espuma sobre la cresta de mi ola.
¿Qué sería del mar sin las gotas?
No sería el mar.
¿Y qué sería de las gotas sin el mar?
Se evaporarían al instante.

Ibn Arabi
(El libro de las teofanías)

domingo, 16 de junio de 2013

Trabajar siempre, vivos y muertos


                                                 Pintura de Andrés Churruchich


La obra de Mario Monteforte Toledo (1911 - 2003), escritor, abogado, sociólgo y diplomático guatemalteco, trató en su novela Entre la piedra y la cruz la cuestión india y a través de un diálogo entre un padre y su hijo, presentaba el conflicto, que parece insoluble, entre indios y blancos.

"-Si, pero siempre hay que trabajar. Por eso se les pone entre el cajón su piocha, su azadón y su machete a todas las personas que se mueren. La diferencia es que allá los terrenos son buenos.
- ¿Mejores que los del Cutuc?
- Mejores que los del Cutuc - dijo victoriosamente Tol Matzar.
- Pero tata, entonces ¿para qué trabaja uno en el cielo? - dijo Lu aprovechando la oportunidad para soltar nuevamente el azadón.
- Vos no comprendés las cosas, cabeza de caballo. Los naturales deben trabajar siempre, vivos y muertos; yo no sé por qué, pero así es. Sólo los ladinos pueden vivir sin trabajar. Pero aparte son los ladinos y aparte los naturales.
- ¿Por qué, tata?
- Pues... porque así es su modo de ver las cosas - respondió Bartolo"