viernes, 12 de agosto de 2011
Las dos Europas
Pensar que avanzas, sentir que recorres. En la mesilla frente al asiento, una débil línea sobre el mapa indica el camino que sigues. Y al otro lado de la ventanilla, los árboles, las casas, las pequeñas y olvidadas estaciones de tren corriendo a una velocidad vertiginosa, tanto que tienes que entrecerrar los ojos para fijar la vista en un punto concreto. Yo viajaba en segunda clase, en los últimos vagones. Frente a mi, sentada, una gitana de unos cincuenta años. Su único equipaje era una mochila de tela azul que apoyaba en sus rodillas. Cuando el tren estaba a punto de cruzar la frontera con Eslovaquia, sacó de su mochila un tupper con un sanwich y un poco de bollería. Yo la observaba colocar con cuidado una servilleta sobre sus piernas más por curiosidad que por hambre. Y sin embargo, cuando levantó la vista y me vio contemplar su comida, no tardó ni un segundo en partir el sanwdich - no tenía muy buena pinta- en dos trozos y ofrecerme uno. Le di las gracias y le dije que no tenía hambre. Ella me sonrió y me dijo "en estos tiempos hay que compartir". Yo asentí con la cabeza. Si no - siguió - en que vamos a convertirnos?
He viajado por Europa durante un mes. Desde Amsterdam a Atenas. He cruzado Europa de norte a sur en tren. Y me he enamorado de este continente dinámico y vital, que te lleva a las raíces mismas de la historia y al mismo tiempo te hace sentir joven. Desde los graffitis del muro de Berlín hasta las metopas del Partenón de Atenas, desde los cientos de bicis bordeando los canales de Amsterdam hasta un grupo de violinistas tocando sobre el río Voltava de Praga. Todo es historia, todo es mundo, todo es vida. Y mientras vivía todo eso, no paraba de escuchar que Europa se desmorona.
"La Europa de Schnegen" decía un griego, gordo y bajito, de unos 50 años, con el que hablamos en la plaza Syntagma de Atenas "es una mentira. Tanto Italia como Francia cierran sus fronteras cuando les viene en gana sin respetar ninguna ley, con excusas ridículas, para frenar la oleada de inmigrantes de la que ellos mismos son culpables. Algunos dicen que Europa se va a ir a la mierda. Se equivocan: Europa ya lo está"
Pero yo no percibía ningún desastre. La "hecatombe" Europea de la que tanto se hablaba antes de que comenzara su viaje, no existía para mi: no era mas que un turista que recorría con un mapa las calles de la capital de Holanda. Ni siquiera en mi siguiente destino, Berlín, notaba nada que justificara todas esas voces apocalípticas. No veía nada más que capitales vibrantes y enérgicas, con gente de todas partes del mundo. En Praga, la cosa cambió. Era una Europa diferente, que todavía sobrevivía a las secuelas del comunismo. Particularmente, en Praga, la ocupación soviética fué terrible: micrófonos ocultos que grababan conversaciones que después podían emitirse en la radio, destitución de los principales intelectuales (médicos, periodistas, abogados) que eran obligados a ejercer de limpiacristales o barrenderos a no ser que hicieran propaganda favorable al régimen, persecuciones, engaños y extorsiones. La historia de la República Checa es dura. Primero, entregada sin resistencia a los nazis. Y después los terribles años de comunismo. "Praga es una ciudad que está empezando a nacer de nuevo" decía la guía turística, una mexicana que llevaba ya diez años viviendo en Praga " ¿Veis todas estas tiendas? Los checos no están acostumbrados a ellas. Para ellos, todo esto es relativamente nuevo. Están aprendiendo a vivir sin miedo. Pero es difícil. Sobre todo para los mas ancianos. Muchos de ellos se educaron en la desconfianza y el recelo, y eso es algo muy difícil de cambiar". Se notaba. La gente era fría. Siempre odié las generalizaciones del tipo "los alemanes son muy serios" o "los españoles siempre están de fiesta", pero esta vez lo percibía de verdad. No todo el mundo, claro, pero la gente no te trataba del mismo modo que en las ciudades anteriores. Te miraban de una forma diferente, como escrutándote, desconfiados. Nuestro albergue no estaba en el centro de Praga. Estaba en un barrio a las afueras. Debajo de un puente lleno de graffitis y pintadas. Compartiendo edificio con un prostíbulo. Sobra decir que era un barrio pobre. Al igual que Europa, Praga tiene dos caras: la turística y la verdadera. Sentado frente a una tienda de ultramarinos, cerca de nuestro albergue, me comía un sandwich esperando a que los demás salieran cuando un señor se acercó a mi y me pidió gritando que le diera el bocadillo a su hijo. Al menos eso es lo que yo quise entender. Luego vi que me sonreía y me decía cosas en checo. Un grupo de gente que estaba con el me miraba y se reía. Yo, que al principio creía que me iban a atracar, miraba con cara de no entender nada. Hasta que un hombre con una camiseta negra roída se acercó a mi y me dijo en un español que sonaba como un susurro: "Rico, el sandwich, rico". Simplemente intentaban hacer algún comentario gracioso, charlar conmigo, ser agradables, y yo los miré como los mira todo el mundo: con desconfianza. Así entendí un poco mejor la situación de Praga.
Bratislava se parece a Praga, pero carece de su belleza nostálgica. Se parece en lo malo y no en lo bueno. Cuando la visité llovía, y quizás por eso me pareció una ciudad triste. Allí conocimos a un argentino llamado Luis. "¿Vos sabeis o que me hicieron una vez que quería ir a España?" Luís nos contó que había comprado un paquete vacacional, un tour por España, Francia e Inglaterra que empezaba en Madrid. Iba acompañado de su primo, y cuando llegaron a Barajas los agentes de aduanas los llevaron a habitaciones separadas. Les preguntaron a que venían a España. Ellos les mostraron sus reservas. A Luís le dijeron que su primo había confesado que venían a España a trabajar, y al primo le dijeron lo mismo. Después de tres horas de espera, perdieron el tour. Nadie se molestó en devolverles el dinero. "Cúantos españoles han venido a trabajar a Argentina. Cúantos. Miles de ellos, y Argenitna siempre tuvo las puertas abiertas. ¿Me entendés? Y ahora España nos cierra las suyas"
Hay un pub-restaurante muy famoso en Bratislava: el Slovak Pub. Allí conocimos a un grupo de eslovacas. Casualmente estudiaban traducción e interpretacción de castellano y portugués. Habían vivido tres meses en Barcelona y el año siguiente lo pasarían en Oporto. Les dijimos que estábamos haciendo el interrail. Una de ellas dijo "Oh, nosotras siempre quisimos hacerlo" su español era casi perfecto "pero no podemos. El precio es igual para toda Europa, y para nosotras es muy caro" Otra de ellas, que castellanizaba su nombre como "Juana" le quitó la palabra "Nosotras aquí somos de clase media ¿sabes? Pero nuestros padres ganan menos dinero que los vuestros. Por eso nosotros no podemos permitirnos ese viaje, y vosotros sí".
Mi único indicador económico son los precios del McDonald´s. En España, un Mcmenú cuesta 4,65 euros. En Berlín, 5,00 euros, y te cobran 20 centimos por la ketchup. En Bratislava cuesta 3,65 y la ketchup es gratis. Me pregunto porqué será.
Los trenes Europeos me llevaron por Viena, por Venecia, Florencia, Roma. En Roma, nuestro albergue no era un youth hostel, como los demás. Era la casa de una mujer rumana llamada Alejandra, situado junto a la estación de Termini, uno de los barrios mas pobres de la capital italiana. El albergue consistía en una cocina-salón, donde Alejandra se entretenía actualizando su Facebook, un baño, y dos habitaciones: una para los huespedes, la mas grande, y con ventanas que daban a la calle, y una mas pequeña, sin ventanas, en la que dormían - y pasaban la mayor parte del día- Alejandra, su esposo, su cuñado, y su hijo de 5 años. En esa zona de Roma conocimos a unas madrileñas, que estudiaban su primer año de carrera. "Esto parece Madrid, tía. Lleno de moros y negros" Estábamos subidos en un autobús que nos llevaba al centro de Roma. "Tía, esto parece Marruecos, a mi me da yuyu" La otra se retocaba el maquillaje y comentaba "Es un asco tía, un asco." Cuando nos bajamos del bus, estaban sofocadas. "Tía, yo no me vuelvo a subir a un bus, olía fatal"
De Roma, cogimos un tren a Ancona, y de allí un ferry de 24 horas hasta Patras, en Grecia. Al llegar a Grecia todo era completamente diferente. Fue como si hubiéramos entrado a otro mundo. Atrás quedaba la monumentalidad del resto de ciudades Europeas. Patras, la tercera ciudad griega, parecía poder derrumbarse a la mínima ráfaga de viento. En Patras la estación no funcionaba, y tuvimos que ir en tren hasta Kieto, y de allí en tren hasta Atenas.
Hace poco leí un artículo. Contaba la historia de un familia afgana, y de su travesía desde Herat hasta Atenas en busca de una vida mejor. En Atenas, habían vivido en un pequeño piso junto con dos familias más en una zona llamada Metaxourgios. Al parecer, allí vivían todos los inmigrantes de Oriente Medio. Nuestro albergue estaba en Metaxourgios. En los alrededores, vi a mas de una persona pincharse, incluso a uno tocar la puerta del albergue con la camiseta chorreando de sangre. "Esta zona empeoró desde que llegaron todos esos moros" decía el señor del albergue, para intentar tranquilizar a los que estábamos en la zona común cuando entraron varios policías.
El primer día, nos cruzamos con una huelga de taxis. Cientos de taxis cortando una de las principales calles de Atenas. Todos se arremolinaban alrededor de un teatro, y dentro, un mitin de KKE, el partido comunistra griego. El contraste entre los puños en alto de los trabajadores y los folletos de propaganda fascista en el suelo era curioso.
El último día en Atenas, y también el último de nuestro viaje, fuimos a la plaza Syntagma, dónde acampan los "indignados" griegos. Allí conocimos a un hombre, el portavoz del movimiento, que había vivido mucho tiempo en argentina y hablaba un español perfecto. Durante casi tres horas, el hombre nos dió su opinión de Europa. "Yo estoy dispuesto a morir por Grecia. Por los niños y por las niñas a los que esta puta Europa está dejando sin futuro. Yo estoy dispuesto a morir, porque yo no tengo trabajo y no quiero que mis hijos se encuentren en la misma situación" Lo dijo con lágrimas en los ojos.
"Ahora mismo la situación está tranquila. Si, tu ves todo esto, los antidisturbios y todo, pero está tranquila. En septiembre se darán cuenta de que esto no es más que el principio. Mientras la gente tenga pan que llevarse a la boca, mientras la gente tenga lo básico, no hará nada. Pero ya verás cuando la gente no tenga ni para el pan de cada día. Entonces las cosas en Grecia se van a poner muy feas. Y ya verás, porque España e Italia no tardarán en seguir el mismo camino" Para aquel hombre, la culpa de todo la tenían países como Alemana y Francia. El euro había sido "el causante de que ahora estemos en la mierda".
Por la noche, antes de coger el metro para ir al aereopuerto, vimos como niños de 15 y 16 años lanzaban botellas a los antidisturbios. Una señora nos lo explicó. "Hoy es el aniversario de la democracia griega. Este mismo día, en el 74, la dictadura cayó. Pero empezó la dictadura de los mercados. Ahora mismo nuestros gobernantes, allí enfrente, lo celebran en una cena de lujo. Por eso protestamos"
Los policías no dudaban en emplear las porras si era necesario. Los jóvenes, y no tan jóvenes, se sentaban en la calle y cortaban el tráfico. Eso fué lo último que vi de Atenas, lo último que vi de mi viaje por Europa. Mientras el metro me llevaba al aereopuerto, me venía a la mente lo mismo que escuchaba antes de comenzar el viaje "Europa se desmorona".
En Berlín, en el museo del pueblo judío, un superviviente de los campos de concentración comentaba en un vídeo " Europa se desangró después de la guerra, pero se recuperó, sus heridas se cerraron". En un cartel de la plaza Syntagma un cartel en inglés rezaba "Europa se desangra". Y quizás, esta vez, la sangre no se filtre a ningún lugar.
Esto es lo que yo he visto, lo que yo viví. Ahora vosotros sacad vuestras propias conclusiones.
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Me hiciste pensar. Hablas de una Europa joven y dinámica, al mismo tiempo que hablas de gente sin esperanza. Las pijitas, paradigma de los nuevos ricos, que se quejan de todo; los que tienen motivos para quejarse parecen estar dispuestos a compartir. Un entrañable profesor nos dijo una vez: "Intentad ser felices y haced felices a los demás. ¡Lo estamos deseando!" Sí, profesor de una Escuela de Negocios. Tiene razón el gordito griego: al mayor pretexto, Europa cierra sus puertas a los malolientes. En cambio, al otro lado del Atlántico -sí, ahí- las puertas están abiertas. Desde Santiago, un día Juan Pablo II lanzó una súplica en voz alta: "Europa, ¡sé tu misma!" Ni caso...
ResponderEliminaryo pienso que eso enrriquece mucho todo lo que veais y obseveis yo no puedo hacer un comentario como introido, pues no se, me parece que valio la pena y siempre quedara en vuestros recuerdos agradales,los felicito por la integracion del grupo y el respecto,eso vale vucho espero que os perdure por siempre,felicidades
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