Esta es la historia de una bolita que se levantó alterada con el sonido del despertador. La luz ya entraba por las rendijas de la ventana y al pensar lo tarde que era y lo cercana que estaba la noche, se incorporó en la cama, se frotó los ojos y estiró los brazos. Mientras desayunaba, pensó que todo parecía normal, pero no lo era. Había algo, no sabía explicar exactamente qué, que hacía de ese día un día diferente a los demás. Miró a su alrededor intentando averiguarlo.
La televisión estaba igual de culona que siempre, el mando a distancia que reposaba sobre el sofá seguía pegado con celo para evitar que se desintegrara, los niños del colegio de enfrente corrían de un lado para otro con el mismo desorden de todos los días. Los cereales crujían como siempre en su boca, la leche sabía igual, la mermelada no se había podrido. La bolita corrió al baño, y la imagen que le devolvió el espejo no le ofreció ninguna respuesta. No había engordado - no pudo evitar sonreír al comprobarlo - no tenía mas canas que la semana pasada, ni siquiera le había salido una pequeña arruga. Regresó al salón y puso el telediario, pero tampoco averiguó nada. El mundo funcionaba como siempre, pero la sensación seguía allí, carcomiéndola. Decidió rendirse, y con un suspiro de resignación, se sentó con los brazos cruzados en la silla de la cocina.
Y de pronto lo vió, sin darse cuenta, como si la hubiera llamado. Allí estaba, un número en el calendario. 6 de febrero. La bolita se frotó los ojos y su corazón comenzó a latir mas rápido. No puede ser. ¿Hoy? ¿Tan rapido? ¿Cómo se podía haber olvidado? Se vistió rapidamente y salió a que la mañana mediterránea le diera los buenos días.
Caminó a la estación de metro, y casi sin darse cuenta, una vocecilla mecánica le anunciaba que acababa de llegar a su destino. Caminó un poco y al doblar la esquina vió el cartel, colgando como por arte de magia: "Perruquería La Montse". Le habían dicho que era buena y barata, así que entró. Sentada en la silla frente al espejo, recibió un mensaje al móvil, y lo leyó con una sonrisa. El olor a fresa del chicle de La Montse mientras le preguntaba como quería el pelo, le llegaba hasta el cerebro. Después de un rato con el ruido de las tijeras como único sonido en el local, La Montse decidió amenizar un poco la situación. Con cada tijeretazo, la bolita sentía esperanzada que el final del monólogo de La Montse estaba cada vez mas cerca.
"Hacerse vieja es un asco, un verdadero asco. Mira, si te digo que yo me echo cremas todos los días y ni eso, ni eso. Al fin y al cabo es un timo, como todo en este mundo, timan a la gente y nosotras nos lo creemos. Pues ya esta bien, hombre, ya esta bien. ¿Tu que crees que la Leticia y todas esas que salen en las revistas no están hasta el culo de botox? Pues así todas seríamos princesas. Hacerse vieja es una mierda, de verdad te lo digo. Y luego vienen algunos idiotas y dicen que a disfrutar de la vida. Y una mierda disfrutar, eso digo yo. Eso lo dicen porque son jovenes, pero cuando se hagan viejos ya hablaremos, eh? Ya hablaremos. Ahora no es lo mismo, no, no, no es lo mismo. Ya no se ven las cosas de la misma manera. Una lo que quiere es estar tranquila sin demasiados sobresaltos. Ya no está una para eso, te lo digo, ya no está una para eso. Si es que hacerse vieja es un asco, asi de claro, un asco. ¿Quieres que te seque un poco el pelo chuli?"
La bolita salió con menos pelo y menos oído. Pensó en coger el metro, pero era la hora punta y el aplastamiento de gente el estropearía el peinado. Decidió coger un taxi. Caminó hasta la plaza de Catalunya, y cuando se cruzó con un monton de turistas jóvenes, con mochilas al hombro y cámaras en la mano, pensó en lo que había dicho la peluquera. Dejó atrás las risas y el algarabío de los jóvenes viajeros y llegó hasta la parada de taxis. Un chico de unos veinte años llevaba a caballito a su novia y ella le tapaba riendo a los ojos. Las chiclosas palabras de la peluquera volvían de nuevo a ella. "A Sant Cugat por favor" le pidió educadamente al taxista. El taxista la miró de reojo por el espejo retrovisor, y mientras arrancaba, los peores temores de la bolita se hicieron realidad: el taxista no paró de hablar hasta que llegaron.
"Uno ya no puede estar tranquilo en Barcelona. Aquí hay de todo menos catalanes. Esta lleno de jodidos extranjeros que no hay quien les entienda. A veces se me sube un chino al taxi, si, un chino, y me dice cuatro cosas como si yo supiera su puñetero idioma. Chumi chuan chu chu. Y hala, yo tengo que saber a dónde cojones espera que lo lleve. O un inglés de estos, que se ponen a sacar fotos como tontos por la ventana. Y luego me preguntan cosas, como si yo fuera un maldito guía turístico. Si es que este trabajo ya no es como antes. Será que me hago viejo, no? Y eso que solo tengo cuarenta y dos años, cuarenta y dos, pero ya soy un viejo. Si es que hay que darse cuenta, dar-se cuen-ta, coño, que los jóvenes a unas cosas y nosotros a otras. Mi mujer dice que quiere viajar. A dónde coño quiere ir? Que por Europa dice. Que a Viena, por ejemplo. Cojones a Viena. ¿Que hago yo en Viena, me puedes explicar? Si ya no estamos para ir a esos sitios, para que, para sacarse fotos detrás de una fuente como hacen aquí los idiotas estos? Con esta edad ya es para estar en casa, hombre, hacer las cosas de aquí, ya suficiente tiene uno con el trabajo y los jodidos chinos. Yo si quieres te llevo al cine, le digo. Pero a Viena? Viena me la paso yo por... ¿Aquí a la derecha, no?
La bolita prefirió pasar el resto de la tarde en casa. Se preparó unos macarrones de comer y después vio un rato la tele. Decidió no salir a ningún sitio por la tarde. Sentada en el sofá, repasó algunos de los catálogos de viajes que estaban sobre la mesilla, y recordó las palabras del taxista. Pasó la tarde haciendo nada. Recibió varias llamadas. Que si su madre, que ahora se iba a poner su padre, que mejor se conectara al skype. Comprobó las tonterías que sus sobrinos le habían mandado por internet. Cuando le saltó una ventana publicitaria en el ordenador, de viajes baratos y emocionantes, la cerró con la voz del taxista en la cabeza. De pronto, el reloj dió las nueve. Se arregló de nuevo y salió de casa. Su calabacita la esperaba como sonriendo. No le llegaba la gasolina para ir a Barcelona, pero ahora no iba demasiado lejos. Era un sitio especial, había leído en el mensaje que le llegó en la peluquería. No tardó mucho en encontrarlo. Parecía un antiguo monasterio, y estaba decorado con antornchas y luces tenues. Un empleado le abrió la puerta y la condujo hasta su mesa. Un hombre la esperaba sentado, bebiendo con elegancia una copa de vino. Felicidades, le dijo sonriendo. El resto de la noche se pasó volando.
Con la cabeza apoyada en la almohada, la bolita, tapada con las sábanas y preparada para dormirse, repasó los acontecimientos del día. Antes de cerrar los ojos, pensó que había sido un día maravilloso
."Ya tengo cuarenta años. Me gusta como suena. ¿Qué cosa emocionante haré el próximo fin de semana?
Me encantó el cuentito de bolita.
ResponderEliminarFelicidades. ¿Continuará?
ResponderEliminarjaja anton que es esto?
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