martes, 21 de febrero de 2012
Tragedias y hazañas
Escribiendo la historia del miedo y la muerte me pasé la noche a la luz de una fogata. Las llamas gritaban al crepitar, y no dejaron de chillar hasta que el suave viento matutino las convirtió en ceniza. Si piensas en tragedias y hazañas no descubres más que un tronco corroído por el fuego, unos trozos de carbón tiñendo de negro la hierba. Porque cualquier prodigio se consume con el tiempo, y las hazañas no merecen ese nombre si no consiguen perpetuarse. ¿Cómo escribir su historia? ¿Porque no incendiarla, también, y quemar una novela que no puede escribirse? Aquella noche no era oscura, pero la luz blanca de la luna tampoco se asomaba entre las copas, afiladas y grotescas, de los árboles desnudos del invierno. La noche no era nada: sólo un rostro, parpadeando entre rojo y naranja, unos ojos que no reflejaban nada, y la hoguera donde todo nacía y todo moriría cuando el sol la importunara. ¿Puede ser el mundo más mundo que en los brazos vespertinos de una luz fortuita, inesperada, que parece transparente y mentirosa? El amanecer existe para deprimirnos y legitimar la continuidad del universo; el día inunda la noche solo para apagar hogueras y destruir historias.
Escribiendo la novela de lo amargo, de lo triste, comencé a mentirme revolcándome en la tierra. El sufrimiento me da ventaja sobre la materia, sobre el silencio corrompido por los grillos y el fuego, pero no me permite enfrentar a la nada. El dolor es evidente y nos corrige, nos enseña, y nos desnuda. Nos desnuda sobre la hierba, sintiendo la tierra mojada, y nos obliga a contemplar un firmamento que no existe. Pero si escribes cuando callas, o callas cuando deslizas, con la pluma, las palabras adecuadas, el dolor se convierte en instrumento y usarlo es necesario pero no recomendable. Si no me hubiera convertido en Dios aquella noche, si con mis manos y mi cuerpo no hubiera dominado los elementos de la Naturaleza muerta, porque la viva muere siempre, y la muerta no vive de nuevo, mis poemas no estarían en el viento, volando como cenizas absurdas, escupidas por el mundo en su saliva negra y pegajosa.
Escribiendo la novela del miedo asumí lo inevitable, acepté el fracaso y me entregué al humillante ritual del olvido eterno, del éxtasis rojo y naranja de mi rostro intermitente, de las llamas instantáneas, pero del amanecer eterno y poderoso que nos enseña que mientras nos vamos extinguiendo, el miedo resucita cada día.
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A veces me pregunto qué es lo que en verdad perdura. Kundera escribió sobre ello y me quedó grabado. Los grandes líderes, los que escriben la Historia, así, con mayúsculas. Los grandes autores, especialmente los escritores. Lo demás se apaga. Pero la luz es más fuerte, es persistente, siempre prevalece sobre el miedo o la muerte.
ResponderEliminary las que uno dice, a veces con lengua afilada, quedan en la mente, en el corazón y suenan cuando mas quieres acallarlas.
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