martes, 1 de febrero de 2011

Un intruso en el hospital

Cuando era niño, mis padre me decía que la salud era lo más importante. ¡Abrígate! se lo escuché decir ¡miles! de veces. Seguro porque un sobrino suyo tuvo asma desde muy pequeño y a mí me dio algo parecido a los once años y casi se trauma: en el mismo día fuimos a ver cuatro médicos distintos para pedir una segunda tercera cuarta opinión. Pero cuando tenía tu edad ya se me había olvidado. Pasé una vez por el quirófano a los dieciseis, aunque salí el mismo día. La salud es de las cosas más importantes que tenemos y valoramos muy poco. Desde luego, el hospital es de los peores sitios en el que un intruso se puede meter. Si te sientes bien, si no tienes dolor, por encima te sientes estúpido. Con dolor, con enfermedad, pues peor. En manos de médicos, enfermeras, celadores y vete tú a saber qué mas. Todos parecen vestir igual, con batas blancas o azules, colores pastel, mascarillas, guantes, zuecos. Seguro que te sientes impotente. Luego, un tubo intruso en el cuerpo. El cuerpo no entiende nada, pelea contra la enfermedad, pero no sabe que ese tubo intruso no tiene que combatirlo. Es su amigo, pero nadie se lo ha explicado. Ojalá tuvieras tiempo y ganas de hacer cosas que te gustan. Cuando estás sano, lo que no tienes es tiempo. Cuando la salud falta, también las ganas faltan. Ojalá pudiera ir a la escuela. ¡Millones de niños no tienen salud ni escuela! Cuídala, cuídalas, cuídate. Disfruta. Intruso, ¡alíviate!

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