Tenía yo quince o dieciséis años, no me acuerdo bien, y para el día de San Valentín tenía que comprarle un regalo a mi "amiga", novia -yo no sabía que era
pero me gustaba- que ni siquiera estudiaba en mi escuela, pues donde yo estudiaba -si es que estudiaba, porque mis sesos en esa edad eran solo para el amor adolescente- era sólo para hombres, y para acabar de resolver el problema también era de curas. Vivía en una colonia que tenía muy pocos comercios, y yo pocos ahorros, y todo me parecía poco para ella. La vergüenza de entrar y preguntar el precio, y la sonrisa burlona de la dependienta que me diría "quién es ella", me dieron ganas de decirle cuatro frescas a San Valentín por su invención de los dichosos regalos. Qué iba yo a comprar, si les estoy hablando del año 1952 o 1953. La cosa es que algo compré, no me acuerdo qué, pero lo que recuerdo es que el moñito me lo cobró aparte y adiós ahorros. ¡Allá voy con mi regalote! Eso me pareció a mi, pero la verdad es que me cabía en el bolsillo del pantalón.
Tenía que entrar en la casa y que no me lo viera nadie, y menos mis hermanos, porque ya los veía con el chisme a mamá, y mamá reclamándome mejores calificaciones y menos amores. El bueno de San Valentín regresaba a mi mente. Pero gracias a Dios todo salió bien, y en la noche lo llevé al baño, pues era la única puerta que se cerraba por dentro, y allí lo revisaba una y otra vez, la envoltura y lo que ya se imaginan ustedes: el moñito, sí, el moñito. Desarrugarlo y dejarlo en su punto, y esperar el día siguiente. ¡Qué noche tan larga! Mi hermano apaga la luz, mis ojos clavados en el techo oscuro del cuarto y mi mente trabajando como si estuviera pasando el examen de fin de año. ¿Qué me regalaría ella? Sería un regalo grande, chico, estaría envuelto para regalo, tendría moñito... pues les confieso sería mi primer regalo. ¡Qué emoción! Ya podía amanecer y regresar del colegio, para en la tarde ir a cumplir con el mandato de San Valentín.
Después de recoger la mesa, que ese día me tocaba a mi porque mi hermana no me había querido cambiar el turno, subí al baño a lavarme y peinarme con mucho estilo, fui al cuarto de mis papás a ponerme un poco de su colonia y salí rápidamente de casa, me encaminé al parque caminando con seguridad pero rápido, todo contento con mi peinado, mi colonia y mi regalote con su moñito. Y en ese momento como un relámpago pasa por mi mente, llevaré el regalo en bolsa de pantalón, en la mano, con las dos manos, ella cómo lo llevará, que dilema pero ya faltaba una calle, ya se veía el parque.
Ya estaba en el parque, mirando a todos lados pero no la veía a ella. ¡Ah sí, allí está, en la banca de junto a la fuente! Me dirigí a ella bajo las velocidades de mis pasos y lentamente como los toreros cuando parten plaza. Llegué frente a ella, la saludé, me senté y después de mirar para un lado y otro nos damos un micro-besito y le entrego su regalo. Ella llevaba una bolsita pero yo no miré para que no viera mi interés, aunque por dentro me moría de ansias por tenerlo en mis manos. Ella me dijo que el regalo lo había hecho con sus manos pero con mucho amor. Oh palabra divina, pero cual era el regalo!!!
Y me dió la bolsita, no saben cuanta fuerza de voluntad me costó no abrirla y decirle que abriera el mío, y con una bellísima sonrisa le arranca el moño de un tirón. Adiós moñito. Rompe el envoltorio, abre la caja y dice: ¡Qué bonito! y me da un beso en la mejilla. Bueno San Valentín, yo ya cumplí, ahora le toca a ella.
En ese momento, mas bien en ese desgraciado momento, aparece su prima y le dice que ya llegó su mamá preguntando por ella, y que le había dicho que estaba en casa de una compañera para llevarle un cuaderno. Se levantó, me dió un beso en la mejilla y se alejaron. Ella volteó y me dió una sonrisa que me dejó tonto. Así termina un día de San Valentín en mi adolescencia que hoy a mis años no se me olvida.
pero me gustaba- que ni siquiera estudiaba en mi escuela, pues donde yo estudiaba -si es que estudiaba, porque mis sesos en esa edad eran solo para el amor adolescente- era sólo para hombres, y para acabar de resolver el problema también era de curas. Vivía en una colonia que tenía muy pocos comercios, y yo pocos ahorros, y todo me parecía poco para ella. La vergüenza de entrar y preguntar el precio, y la sonrisa burlona de la dependienta que me diría "quién es ella", me dieron ganas de decirle cuatro frescas a San Valentín por su invención de los dichosos regalos. Qué iba yo a comprar, si les estoy hablando del año 1952 o 1953. La cosa es que algo compré, no me acuerdo qué, pero lo que recuerdo es que el moñito me lo cobró aparte y adiós ahorros. ¡Allá voy con mi regalote! Eso me pareció a mi, pero la verdad es que me cabía en el bolsillo del pantalón.
Tenía que entrar en la casa y que no me lo viera nadie, y menos mis hermanos, porque ya los veía con el chisme a mamá, y mamá reclamándome mejores calificaciones y menos amores. El bueno de San Valentín regresaba a mi mente. Pero gracias a Dios todo salió bien, y en la noche lo llevé al baño, pues era la única puerta que se cerraba por dentro, y allí lo revisaba una y otra vez, la envoltura y lo que ya se imaginan ustedes: el moñito, sí, el moñito. Desarrugarlo y dejarlo en su punto, y esperar el día siguiente. ¡Qué noche tan larga! Mi hermano apaga la luz, mis ojos clavados en el techo oscuro del cuarto y mi mente trabajando como si estuviera pasando el examen de fin de año. ¿Qué me regalaría ella? Sería un regalo grande, chico, estaría envuelto para regalo, tendría moñito... pues les confieso sería mi primer regalo. ¡Qué emoción! Ya podía amanecer y regresar del colegio, para en la tarde ir a cumplir con el mandato de San Valentín.
Después de recoger la mesa, que ese día me tocaba a mi porque mi hermana no me había querido cambiar el turno, subí al baño a lavarme y peinarme con mucho estilo, fui al cuarto de mis papás a ponerme un poco de su colonia y salí rápidamente de casa, me encaminé al parque caminando con seguridad pero rápido, todo contento con mi peinado, mi colonia y mi regalote con su moñito. Y en ese momento como un relámpago pasa por mi mente, llevaré el regalo en bolsa de pantalón, en la mano, con las dos manos, ella cómo lo llevará, que dilema pero ya faltaba una calle, ya se veía el parque.
Ya estaba en el parque, mirando a todos lados pero no la veía a ella. ¡Ah sí, allí está, en la banca de junto a la fuente! Me dirigí a ella bajo las velocidades de mis pasos y lentamente como los toreros cuando parten plaza. Llegué frente a ella, la saludé, me senté y después de mirar para un lado y otro nos damos un micro-besito y le entrego su regalo. Ella llevaba una bolsita pero yo no miré para que no viera mi interés, aunque por dentro me moría de ansias por tenerlo en mis manos. Ella me dijo que el regalo lo había hecho con sus manos pero con mucho amor. Oh palabra divina, pero cual era el regalo!!!
Y me dió la bolsita, no saben cuanta fuerza de voluntad me costó no abrirla y decirle que abriera el mío, y con una bellísima sonrisa le arranca el moño de un tirón. Adiós moñito. Rompe el envoltorio, abre la caja y dice: ¡Qué bonito! y me da un beso en la mejilla. Bueno San Valentín, yo ya cumplí, ahora le toca a ella.
En ese momento, mas bien en ese desgraciado momento, aparece su prima y le dice que ya llegó su mamá preguntando por ella, y que le había dicho que estaba en casa de una compañera para llevarle un cuaderno. Se levantó, me dió un beso en la mejilla y se alejaron. Ella volteó y me dió una sonrisa que me dejó tonto. Así termina un día de San Valentín en mi adolescencia que hoy a mis años no se me olvida.
cual fue el regalo???????????????????????????? no nos dejes con la duda.
ResponderEliminarya me imagino el peinado!!!!
que bonito.
escribe mas cuentos de tu vida como este.
Que tensión!!
ResponderEliminarYo tambien me imagino el peinado. No, no me lo imagino, parece que lo estoy viendo!!!! Ademas ya se quien fue la perfida hermana que no le cambio el turno...
ResponderEliminarBuen final, pero ahora decime la verdad.
ResponderEliminarhttp://enfugayremolino.blogspot.com
soylaurao@gmail.com